viernes, 29 de julio de 2011

When the sun comes down.

Sentí que algo me tocaba. Su mano en mi cintura, su cabeza cerca de mi cuello. “Te quiero”. Su susurro hizo que un escalofrío me recorriera todo el cuerpo, como cuando una brisa inespe-rada se cuela entre tus sábanas una fría noche de invierno. Me giré, le agarré de la nuca y le besé. Nunca me había sentido tan bien. Era una sensación indescriptible.
- Repítemelo – le pedí-. Repítemelo otra vez, por favor.
- Te quiero, te quiero, te quiero.
Y me besó de nuevo.
Estaba flotando en una nube. Nunca me lo había dicho. Pero lo hizo. Jamás pensé que lo haría y menos de esa manera: sencilla, cariñosa, pero tan plena que hizo que las mariposas que en mi vida había sentido, aparecieran revoloteando en mi estómago. Sentía que quería estar con él para siempre.
Era tarde, las nubes de color rosado volaban sobre nosotros. El sol estaba a punto de ponerse. Parecía un sueño. Caminamos junto a la orilla del mar, cogidos de la mano, hasta llegar a un embalse. Allí nos sentamos, dejando que nuestros pies colgaran a punto de tocar el agua cris-talina. Nos quedamos callados, escuchando el ruido del mar chocando contra las inmensas rocas. Mi cabeza estaba apoyada en su hombro. Él me acariciaba con sus dedos, yo de reojo, podía ver cómo sonreía. Era hermoso.