-Espera -la detuvo él con rapidez-. Si vas a matarme, quiero pedirte una última cosa. Quiero besarte por última vez.
Victoria se acercó más a él, deslizando, casi con dulzura, la parte plana de la espada por la piel de Christian. Lo miró a los ojos, pero no dijo nada.
-¿Tienes idea de lo que sería capaz de dar por un beso tuyo? - murmuró él, buscando, tal vez, reavivar recuerdos de momentos pasados, momentos compartidos, momentos íntimos de los dos.
Victoria seguía sin hablar. Aquellos dos agujeros negros en que se habían convertido sus ojos continuaban fijos en los ojos azules de Christian.
-Moriría por un beso tuyo -prosiguió él-. Moriré por un beso tuyo.
Hubo un breve momento de tensión. Entonces, Victoria bajó la espada, se puso de puntillas y lo besó en los labios.
Intensamente. Apasionadamente.
Christian cerró los ojos y se entregó a aquel beso.
La rodeó con los brazos, feliz de tenerla cerca de nuevo. Por un breve momento de gloria, llegó a pensar que había vencido, que el amor había superado al dolor, al rencor.
Pero entonces algo se hundió en sus entrañas, algo frío y cortante que, súbitamente, se inflamó al contacto con su carne.
Christian jadeó, sorprendido, y abrió los ojos de par en par. Miró hacia abajo cuando Victoria se separó de él.
Le había clavado a Domivat en el vientre, y la espada de fuego había ardido en contacto con la sangre del shek, recuperando su antiguo poder.
Christian gritó de dolor y se la arrancó. Se quemó las palmas de las manos, pero no le importó. Con un esfuerzo sobrehumano, arrojó la espada lejos de sí.
Sin dar crédito a lo que estaba sucediendo, se llevó las manos a la herida del vientre, una herida mortal. Y miró a Victoria, desolado.
Pero Christian leyó la verdad en sus ojos.
Amor, dolor... y la certeza de que, de alguna manera, al matar a Christian se estaba matando a sí misma.
Y lo sabía.
Victoria no sobrevivirá a aquella noche.
Victoria se acercó más a él, deslizando, casi con dulzura, la parte plana de la espada por la piel de Christian. Lo miró a los ojos, pero no dijo nada.
-¿Tienes idea de lo que sería capaz de dar por un beso tuyo? - murmuró él, buscando, tal vez, reavivar recuerdos de momentos pasados, momentos compartidos, momentos íntimos de los dos.
Victoria seguía sin hablar. Aquellos dos agujeros negros en que se habían convertido sus ojos continuaban fijos en los ojos azules de Christian.
-Moriría por un beso tuyo -prosiguió él-. Moriré por un beso tuyo.
Hubo un breve momento de tensión. Entonces, Victoria bajó la espada, se puso de puntillas y lo besó en los labios.
Intensamente. Apasionadamente.
Christian cerró los ojos y se entregó a aquel beso.
La rodeó con los brazos, feliz de tenerla cerca de nuevo. Por un breve momento de gloria, llegó a pensar que había vencido, que el amor había superado al dolor, al rencor.
Pero entonces algo se hundió en sus entrañas, algo frío y cortante que, súbitamente, se inflamó al contacto con su carne.
Christian jadeó, sorprendido, y abrió los ojos de par en par. Miró hacia abajo cuando Victoria se separó de él.
Le había clavado a Domivat en el vientre, y la espada de fuego había ardido en contacto con la sangre del shek, recuperando su antiguo poder.
Christian gritó de dolor y se la arrancó. Se quemó las palmas de las manos, pero no le importó. Con un esfuerzo sobrehumano, arrojó la espada lejos de sí.
Sin dar crédito a lo que estaba sucediendo, se llevó las manos a la herida del vientre, una herida mortal. Y miró a Victoria, desolado.
Pero Christian leyó la verdad en sus ojos.
Amor, dolor... y la certeza de que, de alguna manera, al matar a Christian se estaba matando a sí misma.
Y lo sabía.
Victoria no sobrevivirá a aquella noche.