"Goodbye my lover, goodbye my friend…” retumbaba en su cabeza. Había escuchado esa canción una inmensidad de veces. No se cansaba. Era una de esas chicas que, aunque odiase las rutinas, amaba escuchar una y otra vez la misma canción.
Llevaba un short gris y una camisa de tirantes rosa. Estaba tumbada en su cama. La habitación era enorme. Las paredes pintadas de blanco estaban recubiertas por miles de fotos de todas las tonalidades habidas y por haber: sepia, blanco y negro, etc. Numerosas caras llenaban la habitación: amigos, familiares, mascotas. Del techo colgaba una colorida lámpara que liberaba una luz tenue y agradable. En las estanterías, libros y libros. Algunos ya leídos, otros aún sin leer. Una llamativa cadena de música desprendía la brillante melodía que la hacía evadirse del pequeño lugar en el que se encontraba hacia otro mundo. Quizás un mundo desconocido, imaginario. Pero fuere como fuese, su mundo.
Los minutos pasaban, las horas también, pero ella seguía escuchando exactamente lo mismo. “Adiós mi amor, adiós mi amigo…” decía. Solía escuchar canciones acordes al estado de ánimo que tenía. Se la podía describir como una chica sensible pero a la vez fuerte en cierto modo. Sensible por el simple hecho de que, aun intentando evitarlo, cualquier cosa le hacía daño. Y fuerte porque de lo cabezota que era, no había quien le quitase las ganas de vivir. O sí.
Lo que ella no sabía era que el motivo por el cual escuchaba la canción una vez tras otra se debía a que en su interior, no estaba todo en orden. De vez en cuando un escalofrío le recorría de los pies a la cabeza. Para ella era algo sin importancia, pero estaba muy equivocada. Como cualquier otra persona, tenía sentimientos. Sentimientos hacia su madre, su padre, sus hermanos, su mejor amiga. En resumen, sentimientos por las personas más importantes. ¿Es posible sentir algo por alguien desconocido? ¿Sentir algo por una persona a la que jamás has visto, a la que jamás has oído? Para ella sí era posible. A pesar de haberlo experimentado varias veces, nunca llegó a pensar en tal estupidez. Le gustaba imaginarse historias de cualquier tipo: imaginarse casada con un famoso, haciendo una película… pero ¿pensar que sentía algo por un desconocido? Jamás.
Iban pasando los días, uno tras otro, pero el vacío en el pecho no la abandonaba. Tenía momentos de bajón: podía estar feliz, contenta, alegre y de pronto, se derrumbaba. Intentaba ocultarlo ya que lo que menos quería es que se preocuparan por ella, pero tarde o temprano se le iba a notar.
De lo que no se había percatado es de la presencia de una persona. Era alto, moreno, con una sonrisa que iluminaba hasta las caras más tristes. Se cruzaban todos los días por el pasillo, e incluso llegaban a rozarse. Él la miraba. Ella no le veía. Pero por más que pensemos que la vida es monótona, siempre puede suceder algo para que ésta dé un giro inesperado.
Lunes por la mañana. La rutina volvía a empezar. Se despertaba temprano, desayunaba lo mínimo, se lavaba los dientes, se vestía, se peinaba, cogía los cascos y salía de casa. Un conjunto de libros mal colocados le impedían utilizar correctamente la mano para cambiar de canción. Caminaba a paso ligero, sin prisa pero sin pausa. Odiaba ir lento, creía que era un modo absurdo de desperdiciar el tiempo. Pero tampoco le gustaba ir despacio, por el contrario perdería segundos incoherentemente. Era pronto, pero el tráfico se hacía notar, al igual que las personas. Te podías encontrar de todo: gente mayor dando el paseo matutino de todos los días, hombres de negocios, adolescentes con malas caras por tener que ir al colegio, etc.
Y de repente, sucede. Es una milésima de segundo el tiempo que tardan nuestros ojos en percibir algo. Una milésima de segundo el tiempo que tarda nuestro corazón en sentir. Una milésima de segundo el tiempo que tenemos para darnos cuenta de que una acción, un gesto, puede alterar el curso de la historia.
Libros caídos, lápices en medio de la carretera, cuadernos abiertos de par en par. Ella arrodillada en la acera, se da cuenta de que alguien le tiende la mano. Cuando alza la vista, lo ve. Sus miradas se cruzan. Sus corazones se aceleran. El tiempo se para. Desde ese mismo instante, todo cambia.
La vida es así. Todo vale. Pensamos que nunca nos va a pasar nada interesante, nada extraordinario. Nos equivocamos. Un día cualquiera, a una hora cualquiera, en un lugar cualquiera, puede aparecer alguien inesperado. Casualidad, destino; pero ocurre. Porque cuando se nos presenta la oportunidad de nuestra vida, no la podemos dejar escapar.
Llevaba un short gris y una camisa de tirantes rosa. Estaba tumbada en su cama. La habitación era enorme. Las paredes pintadas de blanco estaban recubiertas por miles de fotos de todas las tonalidades habidas y por haber: sepia, blanco y negro, etc. Numerosas caras llenaban la habitación: amigos, familiares, mascotas. Del techo colgaba una colorida lámpara que liberaba una luz tenue y agradable. En las estanterías, libros y libros. Algunos ya leídos, otros aún sin leer. Una llamativa cadena de música desprendía la brillante melodía que la hacía evadirse del pequeño lugar en el que se encontraba hacia otro mundo. Quizás un mundo desconocido, imaginario. Pero fuere como fuese, su mundo.
Los minutos pasaban, las horas también, pero ella seguía escuchando exactamente lo mismo. “Adiós mi amor, adiós mi amigo…” decía. Solía escuchar canciones acordes al estado de ánimo que tenía. Se la podía describir como una chica sensible pero a la vez fuerte en cierto modo. Sensible por el simple hecho de que, aun intentando evitarlo, cualquier cosa le hacía daño. Y fuerte porque de lo cabezota que era, no había quien le quitase las ganas de vivir. O sí.
Lo que ella no sabía era que el motivo por el cual escuchaba la canción una vez tras otra se debía a que en su interior, no estaba todo en orden. De vez en cuando un escalofrío le recorría de los pies a la cabeza. Para ella era algo sin importancia, pero estaba muy equivocada. Como cualquier otra persona, tenía sentimientos. Sentimientos hacia su madre, su padre, sus hermanos, su mejor amiga. En resumen, sentimientos por las personas más importantes. ¿Es posible sentir algo por alguien desconocido? ¿Sentir algo por una persona a la que jamás has visto, a la que jamás has oído? Para ella sí era posible. A pesar de haberlo experimentado varias veces, nunca llegó a pensar en tal estupidez. Le gustaba imaginarse historias de cualquier tipo: imaginarse casada con un famoso, haciendo una película… pero ¿pensar que sentía algo por un desconocido? Jamás.
Iban pasando los días, uno tras otro, pero el vacío en el pecho no la abandonaba. Tenía momentos de bajón: podía estar feliz, contenta, alegre y de pronto, se derrumbaba. Intentaba ocultarlo ya que lo que menos quería es que se preocuparan por ella, pero tarde o temprano se le iba a notar.
De lo que no se había percatado es de la presencia de una persona. Era alto, moreno, con una sonrisa que iluminaba hasta las caras más tristes. Se cruzaban todos los días por el pasillo, e incluso llegaban a rozarse. Él la miraba. Ella no le veía. Pero por más que pensemos que la vida es monótona, siempre puede suceder algo para que ésta dé un giro inesperado.
Lunes por la mañana. La rutina volvía a empezar. Se despertaba temprano, desayunaba lo mínimo, se lavaba los dientes, se vestía, se peinaba, cogía los cascos y salía de casa. Un conjunto de libros mal colocados le impedían utilizar correctamente la mano para cambiar de canción. Caminaba a paso ligero, sin prisa pero sin pausa. Odiaba ir lento, creía que era un modo absurdo de desperdiciar el tiempo. Pero tampoco le gustaba ir despacio, por el contrario perdería segundos incoherentemente. Era pronto, pero el tráfico se hacía notar, al igual que las personas. Te podías encontrar de todo: gente mayor dando el paseo matutino de todos los días, hombres de negocios, adolescentes con malas caras por tener que ir al colegio, etc.
Y de repente, sucede. Es una milésima de segundo el tiempo que tardan nuestros ojos en percibir algo. Una milésima de segundo el tiempo que tarda nuestro corazón en sentir. Una milésima de segundo el tiempo que tenemos para darnos cuenta de que una acción, un gesto, puede alterar el curso de la historia.
Libros caídos, lápices en medio de la carretera, cuadernos abiertos de par en par. Ella arrodillada en la acera, se da cuenta de que alguien le tiende la mano. Cuando alza la vista, lo ve. Sus miradas se cruzan. Sus corazones se aceleran. El tiempo se para. Desde ese mismo instante, todo cambia.
La vida es así. Todo vale. Pensamos que nunca nos va a pasar nada interesante, nada extraordinario. Nos equivocamos. Un día cualquiera, a una hora cualquiera, en un lugar cualquiera, puede aparecer alguien inesperado. Casualidad, destino; pero ocurre. Porque cuando se nos presenta la oportunidad de nuestra vida, no la podemos dejar escapar.