Supongo que todo el mundo ha visto Titanic. Habrá quienes lloraron, habrá quienes no. Otros seguro que sí, pero lo niegan. Otros no lo han hecho, pero mienten y dicen que sí porque piensan que quedan mejor.
Titanic narra la historia de dos personas que se enamoran, a pesar de pertenecer a dos mundos totalmente diferentes. Viven momentos increíbles, aún habiendo personas que se interponen entre ellos. Durante toda la película podemos ver una historia de amor inolvidable. Los dos se aman y harían cualquier cosa el uno por el otro.
Dejando atrás la historia de amor, el final de Titanic es trágico: el transatlántico más grande, más poderoso, más veloz del mundo hundido por un iceberg. Un simple pedazo de hielo.
Nuestra vida es como el Titanic. Somos los capitanes de nuestra vida. Elegimos el camino que queremos tomar. Podemos ir hacia mar abierto, un lugar donde nada se nos puede interponer o nos podemos embarcar a la deriva. La última opción es sólo para valientes, ya que nos podemos meter en zona de iceberg. Lo que vemos de un iceberg es tan solo la octava parte de su volumen total, por lo que no nos podemos imaginar cómo es en realidad. Los iceberg serían, en nuestra vida, como aquellos problemas insignificantes que aunque intentemos evitarlos, nos hunden. Nos hunden de tal manera que no somos capaces de flotar. No nos mantenemos en pie ante un problema. No sabemos luchar, ante una dificultad.
Lo que quiero decir es que manejemos bien nuestro barco. No nos aventuremos a ver qué pasa, porque las consecuencias pueden ser tanto buenas como malas. Todos hemos dicho eso de: "vive la vida, que vida sólo hay una." No quiero decir que no lo hagamos; pero como vida sólo hay una disfrútala, pero disfrútala bien. No te embarques a la deriva. Dirige tu propio barco, no dejes que nadie lo haga por ti.
Carla Darias.