domingo, 15 de diciembre de 2013

Domingos de resaca

Te despiertas y no sabes dónde estás. Intentas recordar pero no hay manera. Sientes como si tu cuerpo pesara el triple, como si te hubieran pegado una paliza. "¿Qué hice?", te preguntas. La boca seca; agua por favor. Tu mente va a mil por hora y la cabeza da más vueltas de las que debería. Pero de eso no te preocupes, a la cabeza pocas veces hay que hacerle caso. Sientes un dolor punzante en alguna parte, intentas localizar de dónde procede y caes en la cuenta de que el estómago ruge con fuerza. Agobio es lo único que pasa por tu cabeza. Pero de eso no te preocupes, a la cabeza pocas veces hay que hacerle caso. El dolor sigue, arrítmico, carente de sentido... o con demasiado como para llegar a entenderlo. La temperatura de tus pies no tiene nada que ver con la temperatura ambiente, es como si esa parte de tu cuerpo estuviera bajo cero. La cara hinchada, los ojos duelen. Pero no, ese no es el dolor que andabas buscando. Y te empiezas a analizar. Parte por parte, centímetro a centímetro. Ahí está... justo ahí. Más arriba del ombligo. No, en las costillas no, ese dolor se pasa en unos días. Un poco más arriba, ahí. Sí, sí, por debajo de tus clavículas. Un poquito más a la izquierda. Sí, justo ahí. En el pecho. Bingo. ¿Lo notas? 
Si es que te tengo dicho que hay cosas peores que el alcohol.