Y subes, te elevas cielo arriba, pasas las nubes, sólo quedáis tú y el azul infinito. Sigues ascendiendo mientras tu corazón reboza adrenalina. Sientes el calor conforme vas logrando altura. Eres consciente de que te aproximas a ese sol abrasador pero no te importa. Conoces el peligro de acercarte tanto a esa línea infranqueable, pero sigue sin importarte. Te sientes como Ícaro, desafiando la gravedad, volando con esas alas que te dan libertad, rozando el infierno pero que, paradójicamente, para ti es el paraíso.