Muchas veces hablamos y actuamos sin ser conscientes realmente de lo que estamos diciendo o haciendo. Hacemos daño a muchas personas sin querer y eso nos trastorna. Nos sentimos culpables porque sabemos que hemos hecho algo que no queríamos, que no estaba en nuestros planes. Y lo peor de todo es que, en la gran mayoría de las ocasiones, ese daño se lo hacemos a las personas que más queremos. Y eso, nos confunde todavía más.
El problema está en que intentando que a esa persona no le pase nada malo, estamos consiguiendo todo lo contrario. Queremos evitar que sufra, hacer que cualquier amenaza desaparezca de un tirón y, a veces, somos nosotros mismo esa amenaza. Nos sentimos con el deber de ejercer de protectores. Pero hay cosas que son inevitables.
Una, tras otra, y así hasta que lo inconsciente se vuelve rutina. Una rutina que en algún momento será inevitable cambiar y es por eso por lo que debemos aprender de nuestros errores y hacer todo lo posible para no volver a causar ese daño.

Porque lo hecho, hecho está, pero lo que está por venir
todavía sigue en nuestras manos.