Y aquí estás, a mi lado. Preguntándote por qué no puedes mirar mientras
escribo. No, no puedes. Ya tendrás tiempo para leerlo. Desvías la mirada de vez
en cuando, pero llego a tiempo para tapar la pantalla. Eres un desesperado.
¿Nunca te han dicho que las cosas buenas se hacen esperar?
Estamos a seis de agosto. Seis. Nuestro día, nuestro número. Seis, el día en
el que empezó todo. El día en el que entraste en mi vida para cambiarla, para
hacerla tuya. Dos días antes ya sabía que tú eras para mí. Estamos hechos el
uno para el otro. Somos diferentes. Pero no podía ser de otra manera. Nos
complementamos. Tú y yo, como el sol y la lluvia. Tú y yo, como el Yin y el
Yan.
Sigues intentando echar una ojeada a la pantalla del ordenador. Tranquilo,
no te pierdes mucho. No leerás nada nuevo, pero sí recordarás lo que ya te he
dicho.
Ya es de noche, y ahora que me paro a pensar lo que hemos hecho hoy puedo
decir que ha sido un gran día. Sí, sin duda lo ha sido. Es inevitable que surja
algún que otro percance por el camino, pero sabemos que podemos con todo. Tú y
yo, juntos.
Gracias por todo cariño. Por absolutamente todo. Ya, ya, para ti será un “bla,
bla, bla” y responderás con tu típico “No, gracias a ti cariño.” De verdad que
ignoras todo lo que te tengo que agradecer. Pero gracias no parece suficiente.
Ni ahora ni nunca. Aun así te las seguiré dando siempre, porque te lo debo.
Eres increíble mi vida, lo eres. Y créetelo de una vez por todas. Es un
favor que me podrías hacer o un deseo que me podrías conceder. Te amo
tantísimo, que es imposible que algún día me acerque con palabras. Pero te lo
demostraré, siempre. Estando a tu lado, siempre. Contigo, siempre.
Gracias por estos inolvidables e
increíbles once meses cariño.