Lo peor no es dudar cuando aún no hemos tomado una decisión. Lo malo es hacerlo cuando creemos tener la certeza de que las acciones que realizamos, los pasos que damos, son los correctos. Ahí es cuando nos tenemos que plantear ua cosa: lo que hacemos, ¿lo hacemos siguiendo lo que nos dice la cabeza, o lo que nos dice el corazón?
Esa es la pregunta que nos cuesta tanto responder. Si nos guiamos por lo que nos dice la cabeza, estamos actuando de manera que lo que hacemos, lo hacemos porque es lo establecido. En ese caso, las dudas serán constantes, estarán siempre. Sin embargo, si nos dejamos llevar por lo que nos dicta el corazón, todo es distinto, diferente. Y es ahí, cuando las dudas desaparecen, se esfuman.